domingo, 18 de enero de 2015

microdiario de un fumador

Muchas veces mis compañeros de viaje me han anunciado su intención de dejar de fumar, algunos, directamente ya no fuman, esos aburridos ejemplares de los que no voy a hablar hoy, los otros, los relevantes, lo decían con cigarro en mano, como si después de la primera y gloriosa calada la lucidez se presentara indicándonos el claro, evidente, luminoso e impepinable camino a seguir. DEJAR DE FUMAR.
Y qué envidia da, cuando no tienes, ver a alguien fumar. ese humo espeso flotando entre los labios del ajeno. calorcito en invierno, perforando los pulmones, pinchando, despresurizando aquí y allá, serpenteantes algodones elevándote unas micras del suelo. Dura décimas de segundo pero ahí está, una idea, un concepto, una conclusión. Brillo en los ojos y un déjeme bajar en la próxima parada. y una grasa pegajosa dispersándose en perfecto equilibrio estable, un estrato homo-esférico de alcance variable que protege al suicida a la vez que ahuyenta al curioso, empapando ropajes, algodón, nylon, libros, cajas listas, cartón, piedra, paredes, techos blancos, piel... piel. Luz. la luz. Se filtra en millones de rayos recurvados, se dilata y se ralentiza. Cada fotograma se hace película, cada película se reduce al lienzo hiperrealista de colores planos que dicen ser la realidad.
Y después la caída, la vuelta a la precisión cuántica del momento. La tos encarna a la realidad, la esclavitud se palpa con el dolor, se intuye eterna, los ánimos flaquean como flan descubierto temblando en el centro de la mesa, un trago de café, o cerveza, haz algo para pasar el rato, lucha. Habla contigo, es un nuevo capítulo de la historia con tu otro yo, ese maldito yonqui que conociste tras minutos de aquel lejano primer cigarro. La esquizofrenia no frenia.

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